domingo, 24 de junio de 2012


El linaje y la transmisión iniciática

            Este es un tema harto complejo al cual intentaremos acercarnos delicadamente ya que es fácil herir susceptibilidades y soberbias instauradas en el tiempo.

            Es bastante conocida por cualquier estudiante de esoterismo la existencia de escuelas iniciáticas tanto en la antigüedad como en la época contemporánea. Sin embargo no es tan conocido el modus operandi de dichas escuelas y los detalles de lo que constituye la posesión de una tradición y un linaje espiritual auténtico. Esto se debe a que increíblemente se cree que cualquier organización que se tilde de iniciática lo es realmente, cuando en general no es así.

            ¿Por qué entonces se presentan como escuelas iniciáticas? Por un tema de marketing, suena mejor decirlo aunque no lo sean y en algunos casos  ignoran lo que realmente tienen y lo que no tienen.

            Para entender esto entra otro factor muy importante: la existencia de un guía vivo que posea el contacto con el mundo del espíritu.  La esencia de una vía iniciática reside en esto, ese guía vivo posee en su corazón un tesoro espiritual, esto le faculta para convertirse en iniciador.

            Ese guía vivo se transforma en un bendito, aquel que puede irradiar un poder divino a su alrededor, la bendición, al ser él mismo una manifestación de ese tesoro. Y todo esto se extenderá en el tiempo a través de la cadena iniciática que habla Eliphaz Levi, la silsilah de los sufíes, la selsheleth de los hebreos, el gurú Kula de los tántricos, el linaje del zen.

            ¿Por qué los grandes maestros no escribieron libros? Por que la enseñanza es de corazón a corazón, “I shin den shin” dicen los japoneses, de mi alma a tu alma. Esto nos remite al lenguaje de los pájaros, ese lenguaje que está más allá de la racionalidad, de la palabra escrita o hablada, de lo descriptivo. Eso que se comunica con la presencia, con el movimiento, con el símbolo, el signo, la mirada, el estar en compañía de lo sagrado.

            Este lenguaje es el que permite la comprensión de los dos mundos: el mundo real y el mundo aparente. Uno es lo que se ve y el otro lo que no se ve, se siente.

            La transmisión del conocimiento va más allá del lenguaje común, no lo que estamos viendo hoy en día: supuestos gurúes que dicen qué hacer y qué no hacer; filósofos que a través de la deducción o la inducción manejan los conceptos; personas que hablan lindo de amor y mística. Dicen que cuando uno se une con D´s no necesita más palabras, el lenguaje de un guía apunta a esto, de ahí aquello de “el que sabe no habla”.

            Por eso la conceptualización que se está haciendo del camino espiritual es completamente nociva. La respuesta está en el silencio, pero a mucha gente le encanta las explicaciones, nos brindan seguridad y fortalecen nuestra necesidad de control.

            En el sufismo el lenguaje de los pájaros tiene tres aspectos muy interesantes: la metáfora, la anécdota y el símbolo, siendo este último el que lanza al discípulo a la experiencia espiritual directa.

            Es así que la primera enseñanza a la que uno accede es el saber que esa vivencia mística es un sabor (“dhawq” para los sufíes, “rasa” para los tántricos), como decimos en nuestro mundo mágico: saborear tu naturaleza original. Es interesante ver que sabor y saber tienen la misma raíz y nos conducen a lo mismo.

            El objetivo de cualquier tradición iniciática es que el aspirante viva de acuerdo al sendero de lo real, el camino de lo auténtico, el vivir de acuerdo al Principio Divino, al Tao, a la Presencia Divina. Esto último se llama ser uno con el Hombre Universal.

            Esta vivencia en realidad es espontánea y completamente natural como lo afirman todas las tradiciones iniciáticas llámense zen, taoísmo, tantrismo, sufísmo, etc. Toda inventiva y mecanicidad para  producir algún estado es propio de mentes occidentales egoístas que olvidan que “los lirios del campo van creciendo sin fatigarse ni tejer”, que “la canción se canta por sí misma” como dicen los taoístas y que “no es trabajar y sembrar la tierra lo que hace que caiga la lluvia, sino que la preparamos para recibirla” como dicen los sufíes. Esa es la síntesis del trabajo de una organización iniciática, preparar la tierra, no producir la lluvia.

            Volviendo a las agrupaciones esotéricas diremos que no pueden ofrecer lo que no tienen. No puede surgir una escuela esotérica sin una tradición que la respalde, tampoco puede ser producto de la fantasía de personas que han leído doscientos libros y que creen que la erudición y el conocimiento de ciertos rituales y procedimientos resuelven todo. Una escuela iniciática no es un grupo de amigos de lo esotérico que encontraron viejos pergaminos y rituales antiguos y armaron un grupo de trabajo.

            Tal vez estas últimas apreciaciones parezcan rígidas, pero no lo son, son parte del respeto que hay que tener por las vías tradicionales del conocimiento y que por no tenerlas actualmente vemos la proliferación de sectas y gurúes que son más bien empresas de explotación y enriquecimiento económico.

            El objetivo de las escuelas iniciáticas es reestablecer en el adepto el “estado natural”, el “sahaja” de los tántricos, esa alegría innata del sabio liberado. La clave para golpear la puerta del templo es la pureza de corazón y la pasión de un intenso anhelo de ser verdaderamente uno con lo sagrado.

Daniel Curbelo
24-6-2012

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